Hola, soy tu gripe:
Hace unos días te habría escrito una carta amistosa, una de amor incluso. ¡Te adoraba! Siempre con prisas, estresada, durmiendo poco y metida todo el día en espacios cerrados con ventilación forzada y luces artificiales. Mmmm, ¡adorable! Engañando el cansancio con cafés, obteniendo energía de alimentos procesados, refrescos y chucherías, tapando tu ansiedad con más dulces… y el tabaco. Dejando a tu sistema inmune fuera de juego. ¡Mi chica ideal! ¡Eras la huésped perfecta! Con todo lo que yo necesitaba para sentirme a gusto y dejar a mis virus multiplicarse y crecer… y sin esos pesados de los linfocitos molestando.
Luego llegó el gran día en que te echaron aquella bronca descomunal, tras haber estado atrapada en un atasco que te fue poniendo cada vez más nerviosa; y te calmaste a base de comida rápida y bollería industrial. Por la noche llegaste a casa agotada y explotaste al encontrar todo patas arriba. Y ahí estuve yo, tan oportuna como siempre.
Todo empezó de maravilla. Escozor de garganta, tos, mucosidad, irritación de nariz y ojos, un agotamiento que ni la mejor bebida de cola era capaz de superar… y yo campando a mis anchas. ¿Te he dicho que te adoraba? Pero de pronto hiciste un cambio de chip. Dijiste no sé qué sobre que tenías que cuidarte y comer bien (¿¡comer bien?!) y alguien te dio no sé qué odiosos consejos sanos y leíste no sé qué artículo en una revista, y empezó mi pesadilla.
Dejaste los refrescos y te pasaste al agua mineral (¡agua mineral sin sabores ni azúcares añadidos! ¡puaj!), como mucho tomabas infusiones, incluso le añadías miel y limón (¡que son terribles para mí con sus poderes curativos y la riqueza en vitamina C!), empezaste a tomar mucha fruta y verdura, ¡incluso ajo, que acaba con mis virus! (¡inaceptable!) y frutos secos, alimentos ricos en zinc y selenio que fortalecen tu sistema inmune. Ya tenía a mis virus debilitados y a tu ejército inmune atacando con fuerza. Como bebías mucha agua a lo largo del día, ibas limpiando las toxinas acumuladas y los productos de desecho de la batalla que se fraguaba en tu interior, y a mí me quedaban todavía menos opciones de supervivencia.
Y encima te diste unos días de descanso, dormías todo lo que necesitabas y hasta salías a pasear por el parque que está cerca de tu casa. ¡Incluso sonreías más a menudo! Algún otro iluminado te habló sobre la importancia de la respiración y la relajación, y ya supe que lo nuestro había acabado para siempre. Lo siento. No puedo dejarte más que esta nota de queja y decepción. ¡No eras la que yo pensaba!
Firmado: tu ex-gripe.
Artículo elaborado en colaboración con la Dra. Isabel Belaustegui, experta en nutrición
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