Tener un hijo es, para muchas personas, uno de los grandes proyectos de vida. Se espera el momento adecuado, las condiciones perfectas, y se sueña con ese futuro en familia. Pero, ¿qué ocurre cuando el embarazo no llega? ¿Y si, después de meses –o incluso años– de intentarlo, llega el diagnóstico de infertilidad?
Según explica la psicóloga María Aránzazu Yusti, de Clínicas Eva, en ese punto muchas parejas ya llegan emocionalmente agotadas: “Cuando acuden a consulta, tanto él como ella suelen mostrar señales claras de cansancio, desilusión, desesperanza, e incluso miedo. La infertilidad, o la posibilidad de ella, ya ha empezado a deteriorar su bienestar emocional y su relación”.
Un duelo silencioso: del miedo al diagnóstico a la aceptación
Este proceso, que puede vivirse con gran intensidad, se manifiesta con sentimientos contradictorios: esperanza y desesperanza, ilusión y desilusión, fuerza y debilidad. Todo esto, además, se suele vivir en silencio. “Muchas personas no comparten su malestar con su entorno, lo que puede generar aún más aislamiento”, advierte la psicóloga.
Cuando finalmente se confirma un diagnóstico de infertilidad o esterilidad, se inicia un proceso muy similar al duelo, con 5 etapas que suelen ser habituales:
- La primera reacción suele ser de incredulidad. Es difícil aceptar que algo tan natural no está ocurriendo.
- Llega una segunda etapa de enfado con uno mismo, con la pareja o con la vida.
- Negociación: se buscan segundas opiniones, nuevas pruebas, se está dispuesto a “probar cualquier cosa”.
- Desesperanza: aparece cuando los tratamientos no dan resultado. Es un punto crítico, emocionalmente muy exigente.
- Aceptación: la persona empieza a integrar el diagnóstico en su historia vital, a reorganizar su proyecto de vida.
La pérdida de control, de privacidad... y de pertenencia
Además de este impacto emocional, iniciar un tratamiento de fertilidad también puede remover otros aspectos de nuestra vida. Según Yusti, muchas personas sienten que han perdido el control de su vida, su privacidad sexual y, en algunos casos, incluso la conexión con su herencia genética, como ocurre cuando se recurre a la ovodonación o al semen de donante.
A todo esto se suma un tipo de pérdida más social: "algunas se aíslan de su grupo de amigos con hijos, sienten que ya no encajan, que no pertenecen”, señala la psicóloga.
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El papel fundamental de la terapia
Frente a esta situación, contar con apoyo psicológico especializado puede marcar una gran diferencia. “La terapia les ofrece un entorno seguro donde compartir sus pensamientos, validar sus emociones y aprender a gestionarlas”, explica Yusti. No se trata solo de acompañar el proceso, sino de ayudar a la persona a reorganizar su vida, con o sin hijos, y retomar el control sobre sus decisiones y su bienestar.