Que sí, que sí, que hacer deporte tiene múltiples beneficios, tantos o más como los que te mostramos a continuación, pero cuando nos empeñamos en cuidar un poquito más nuestra salud y nos apuntamos al gimnasio es más complicado que echarle simplemente todas nuestras buenas intenciones. Porque siempre nos dijeron que la fama costaba, pero ser constante en el gimnasio es mucho más difícil.
A continuación te contamos 11 momentos recurrentes que seguro también has vivido en un primer día de gimnasio. Si logras superarlos y volver, estarás un pasito más cerca de la gloria. O al menos, de tu plena salud.
1. ¿Qué hace una chica como yo en un lugar como este?
Todo empieza contigo en el sofá (como en cualquier buena historia tiene que haber un sofá). Antes de llegar al gimnasio lo normal es que hayas pospuesto ese momento varios días (siempre hay algo mejor que hacer y por alguna extraña razón pensamos que es preferible empezar un lunes) y varias horas (te convences a ti misma de que es mejor esperar un rato para hacer aún más la digestión o hasta que acabe el capítulo de una serie que aparentemente es imposible dejar a medias). Y entonces sí, te decides a ir. Entras por la puerta, lo observas todo como si estuvieras en otro planeta y te planteas de nuevo si no sería mejor haberte quedado en casa.
2. Cambiarse en los vestuarios: comienza el drama
Lo primero que haces es acercarte a los vestuarios y ¡zas! Un festival de cuerpos desnudos se alza ante ti. Intentas torpemente mirar a un punto fijo del suelo y concentrarte en tus asuntos pero la gente te habla y ¿por qué te habla la gente desnuda? Entonces aparece el segundo drama: ¿por qué nadie me avisó que había que traer un candado? Y si te lo has traído, también hay otra variante: ¿por qué este candado no cabe en el agujerito de la taquilla?
3. Un poco de cinta para empezar
Sales del vestuario dispuesta a ser torero y poner el alma en el ruedo y darlo todo con tu entrenamiento pero... No sabes por dónde empezar. Entre el amasijo de hierros que conforman las máquinas te decides por un poquitito de cardio, que no puede hacer mal a nadie... Te colocas milimétricamente la música, andas un rato, corres un minuto, te cansas y sigues andando. "Voy a tomármelo con calma, que tampoco hay que forzar", es tu nuevo mantra.
4. Y entonces te motivas más de la cuenta y te arrepientes
Tras unos minutos andando decides intentar cumplir la proeza: "Voy a subir la velocidad". Y aquí tu yo interno se debate entre subirla demasiado para no quedar mal con el resto de gente (porque sentimos que todos nos están analizando como tú lo haces con ellos) y no morir en el intento siendo arrastrada hacia atrás. Y en la búsqueda de ese equilibrio consigues aguantar unos 3 minutos corriendo hasta decidir que ya has corrido lo suficiente por hoy. Entonces miras lo que has quemado y... ¿52 calorías? ¿En serio? ¿Cuánto tengo que correr para quemar un par de galletas? ESTO TIENE QUE ESTAR MAL.
5. El momento de las máquinas: ¿por dónde empiezo y cómo se usa todo esto?
Una vez que terminas tu periplo con la cinta de correr o la bicicleta, afrontas el más difícil todavía: las máquinas. Venga, un poco de piernas, un poco de brazos, unas abdominales y termino. Pero... ¿por dónde empezar? ¿Cómo sabré si lo estoy haciendo bien? Incluso aunque un monitor me lo explique siempre hay mil posibilidades de hacer algo mal y, no sé, romperme en dos.
6. Después de una larga cola dejan todo sudada la máquina que vas a usar
Y continúas de máquina en máquina, sorteando los olores de aquellos machos alfa que creen que el desodorante es un invento demasiado sofisticado para ellos, con tu toalla en la mano y tu inseguridad en el cuerpo. Tras esperar un rato a que uno de ellos abandone la máquina que te has decidido a usar, te la deja con un pequeño charquito de recuerdo y te preguntas qué has hecho mal en la vida para merecer eso.
7. Bajando el peso de las máquinas: momento humillante número 372
Al colocar la toalla en el asiento de la máquina llega el primer gran choque con la vida real. Hay que bajar el peso de la máquina. Más, más, un poco más, un poquito más... Bueno, mejor lo dejo sin carga. Este es uno de los momentos más humillantes de la larga lista que acumulas en este ratito tan corto, porque básicamente sabes que mañana tendrás unas agujetas letales sin haber levantado apenas peso y ni te imaginas la de lustros que deberán pasar antes de poder subir la carga.
8. Mi botella, ¿dónde está mi botella?
Tu botella de agua, tu única acompañante, tu fiel amiga y confidente desaparece cuando menos te lo esperas. Es ley de vida. Hasta que descubres que te lo has dejado dos máquinas atrás. Sí, AL LADO DEL CHARQUITO.
9. ¿Por qué ponen fútbol en todas las teles?
Un minuto de descanso entre serie y serie (que terminan convirtiéndose en tres o cuatro) y resulta que lo único que ponen en las pantallas de televisión es Teledeporte o algún derivado. Y eso, dueños de gimnasios del mundo, ni motiva ni nos hace olvidar nuestro sufrimiento.
10. No pasa nada, esta noche cenaré algo rico como recompensa
Es el ciclo sin fin que lo envuelve todo, cuando hemos quemado algo en el gimnasio, ¡hay que celebrarlo! Y es que después de tanto sufrimiento solo se nos ocurre una forma de compensarlo: darnos un capricho bien cargado de carbohidratos.
11. Me largo (y ya volveré cuando se me quiten las agujetas)
Tras el esfuerzo monumental, y ya sabiendo que lo que quiero cenar no es exactamente un bol de frutas, empiezo a darme prisa para salir de allí cuanto antes. Es que tengo mejores cosas que hacer y ya me siento bien por haber ido al gimnasio. "Comer" son mejores cosas que hacer, ¿vale? Así que termino mi rutina (no sin antes reconocerme que igual es un poco pronto para llamarlo así), voy hacia el vestuario poniendo cara de haberme esforzado mucho, esquivo los cuerpos desnudos, agacho la cabeza, recojo mis cosas y ya volverá en un par de días. O bueno, cuando se me pasen las agujetas. Tal vez vuelva el lunes. Sí, el lunes es un buen día para volver a intentarlo.
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