Si alguien ha conseguido adaptarse a los tiempos y, a la vez, adelantarse a ellos esas hemos sido las mujeres: desde la Generación NoMo, aquellas mujeres que toman la decisión de no ser madres, hasta las conocidas como madres alfa. Nada tienen que ver las madres de hoy en día con lo que fueron sus progenitoras. Adaptándonos al ritmo de los tiempos, hemos logrado combinar la dedicación a nuestras hijos con el trabajo, las actividades lúdicas, el deporte, el cuidado personal, etc… Nada tenemos que ver ya con algunas de las peores madres de la ficción que puedes ver a continuación:
La adolescencia: un conflicto constante
Somos madres relativamente jóvenes y hemos renunciado al discurso de abandonarlo todo o “sacrificarse”, de forma mal entendida, por nuestros hijos. Muchas de las madres con hijas adolescentes (entre 13 y 18 años) poseen una educación abierta, de respeto a las ideas contrarias. Por ello, tienen una actitud más permisiva que sus madres ante propuestas que, si bien no aceptan como válidas para ellas, si las consideramos así para otros.
Ese respeto se ha trasladado también hacia las hijas que ya no están sujetas a la disciplina de la casa, con la rigidez que sufrieron las generaciones anteriores. A pesar de todos estos cambios, lo cierto es que los conflictos con las hijas adolescentes siguen muy presentes.
En las edades que hemos mencionado antes, las hijas tienen que romper con un modelo no solo materno sino también con el patrón femenino que la madre posee para poder crear o recrear el suyo propio. Esto supone una ruptura que, muchas veces, se lleva mal por ambas partes porque la adolescente juega al límite y esos límites son precisamente una delgada línea interior que la madre debe de tener muy clara. Como sabrás, se producen roces por cualquier asunto, por trivial que sea: la ropa, la forma en que se sientan en la mesa, si colaboran o no en las tareas domésticas, la manera de expresarse, etc…
La apuesta materna estará en jugar al sentido común, en velar por la no anticipación de etapas de las hijas aunque en muchos casos la sociedad, presiona o empuja porque se salten etapas. Me refiero, por ejemplo, a la llamada “lolitización” de la moda o de ciertas actitudes sociales.Tened muy claro como madres, nuestros límites interiores, sabiendo que la adolescencia es una etapa más de la vida y que superarla implica también crecer y si nuestras hijas se hacen mayores , nosotras también. Por este motivo, tenemos que poder lidiar con dos procesos a la vez: el nuestro y el de ellas.
¿Cómo lidiar con su rebeldía?
Un punto álgido de conflicto es cuando la adolescente trata de crear su mundo propio queriendo ser totalmente independiente de las directrices maternas. En este punto, se produce un curioso fenómeno que consiste en que la niña quiera suplantar la identidad de su madre, es decir, tiene celos de su madre y quiere ejercer inconscientemente su lugar.
Es muy importante que la madre se posicione muy bien en su rol y que le muestre a su hija lo valiosa que es como hija y lo mucho que la quieren. Aquí, cobra una importancia vital el papel del padre, que debe colaborar y mostrarle a su hija que nunca podrá suplantar el papel de su madre.
Lo ideal es vivir esta etapa como un proceso natural que requiere el establecimiento de límites muy claros y diseñar estrategias conjuntas dentro del núcleo familiar. A su vez , la madre no debe de tomarse esta etapa como algo personal sino como un proceso que ella misma habrá transitado y superado. Por último, la gran pregunta: ¿Pueden una madre y una hija ser amigas? Pensemos que la palabra 'madre' incluye la palabra 'amiga'. Pero una amiga de verdad no siempre dice lo que la otra quiere escuchar, o hace lo que la otra quiere que haga. Dice y hace lo que es mejor para su amiga. Ese es el espíritu para lidiar con estos conflictos y convertirnos en madres como estas:
Artículo realizado en colaboración con la terapeuta Gestalt Verónica Rodríguez Orellana, Directora de Coaching Club.
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