Un divorcio es una oportunidad para redirigir la vida propia. La vida continúa hacia adelante, de modo que poco interesan los lastres y ataduras del pasado. Es un cambio y, precisamente por eso, intenta eliminar las señales que mantienen activa la memoria, que te entretienen en el pasado. Otras posibilidades se abren.
Para andar sobre terreno seguro, lo mejor es dejar todos los aspectos legales resueltos con prontitud. Puedes plantearte la relación con tu ‘ex’ como un juego de intereses; a la hora de la separación pueden hacerse las cosas de modo que uno busque ganar todo a costa de perder el otro. En estos casos, el resultado es que el coste en sufrimiento no suele compensar los beneficios materiales. Si se hace como un juego en el que los dos obtienen algo, el sufrimiento es bastante menor.
Una ruptura es una divergencia en el camino que anteriormente tenía intereses compartidos; no está en cuestión tu propia persona como tal ni tu capacidad para trabajar, para educar o para crear, etc. Puede que también requiera nuevas relaciones personales; no tienes por qué desvincularte de aquellas personas que te merecen la pena.
¿Qué pasa con mis hijos?
Seguro que, si los tienes, piensas en los hijos. Para ellos puede suponer un estrés, que superarán con normalidad. Para que así sea, han de tener asegurados los lazos establecidos y su entorno ha de ser predecible. Lo que diferencia superarlo o no, muchas veces es la calidad de los vínculos que se mantienen con ellos después del divorcio. Nunca pueden ser un arma contra la otra persona.
Como en otras muchas cosas, encajar bien las adversidades, es una buena base para una vida venturosa.
Artículo realizado en colaboración con José Alfonso Arribas Martínez, psicólogo clínico de eSaludMental.
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