Recientes investigaciones realizadas por la Old Dominion University, en Estados Unidos, refuerzan esta perspectiva, señalando que el uso de azotes a niños de 5 años se relaciona con un menor control inhibitorio y una menor flexibilidad cognitiva a los 6 años.
Este estudio, que se suma a una revisión de investigaciones publicada por la prestigiosa revista The Lancet en 2021, destaca la importancia de abandonar prácticas de castigo físico en la crianza de los hijos. Elizabeth Gershoff, autora principal de la revisión, afirma que "el castigo físico no mejora el comportamiento de los niños, sino que lo empeora". La revisión, basada en 69 estudios longitudinales de diversos países, demuestra consistentemente que el castigo físico no se asocia con resultados positivos a largo plazo.
Estos hallazgos subrayan la necesidad de adoptar medidas políticas coherentes para proteger a los niños de prácticas perjudiciales. En España, la legislación prohíbe el castigo físico en el hogar de manera generalizada. La Ley Orgánica 1/1996, de Protección Jurídica del Menor, establece claramente que los menores tienen derecho a ser educados sin el uso de castigo físico o tratos degradantes.
Además, España ha ratificado la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, comprometiéndose a evitar la violencia y el trato cruel en todos los entornos, incluido el hogar. Este marco legal refuerza la importancia de garantizar la protección y el bienestar de los niños.
Las consecuencias del castigo físico van más allá de la esfera cognitiva, afectando también la salud mental de los niños. Problemas como la ansiedad, la depresión y la agresión han sido vinculados a este tipo de disciplina. Además, el uso de azotes o bofetadas puede impactar negativamente en la calidad de la relación entre padres e hijos, generando miedo, desconfianza y dificultades en la comunicación.
Ante este panorama, diversas organizaciones, como la American Academy of Pediatrics (AAP) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), han reiterado su oposición al castigo físico. En lugar de recurrir a métodos punitivos, estas instituciones abogan por estrategias disciplinarias positivas basadas en la comunicación efectiva, el establecimiento de límites claros y la aplicación de consecuencias no violentas.
En conclusión, la evidencia científica y la legislación vigente respaldan la necesidad de educar a los niños sin recurrir al castigo físico. La crianza basada en el respeto, la comunicación y el refuerzo positivo emerge como la alternativa más efectiva para fomentar un desarrollo saludable y el bienestar emocional de los más pequeños.
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