El control de la natalidad de un país por parte del Gobierno es un asunto que ya hemos visto en estados como China. Allí, la política del hijo único prohíbe a los matrimonios concebir más de un hijo, a menos que uno de los progenitores no tenga hermanos. Esta medida, aprobada en el año 1976, tiene como fin frenar la expansión de los chinos en un país cuyo territorio se queda pequeño para sus más de mil trescientos millones de habitantes.
Ahora Irán pone en marcha otra norma que dictamina por encima de la decisión propia de cada pareja a la hora de tener un hijo. ¿La razón? Justo la contraria a la expuesta por el Gobierno chino. El ayatolá Jamenei, líder supremo iraní, cree que es necesario aumentar la natalidad del país hasta doblar la población actual y alcanzar los 150 millones de habitantes.
La ley, que fue aprobada la semana pasada por el Parlamento iraní, aún está pendiente de ratificar pero prevé penas de cárcel para los profesionales sanitarios que intervengan en estas operaciones ya consideradas ilegales. La norma solamente ampara una excepción: que la no intervención médica pueda tener consecuencias fatales en la salud de la madre.
A esta medida restrictiva, se suma la censura directa en los medios de comunicación del país que no podrán hacer ninguna publicación que incite a las mujeres a ejercer ese control sobre la natalidad. De acuerdo con esta iniciativa, las autoridades ya han dejado de financiar este tipo de operaciones y barajan algunas actuaciones que potencien el crecimiento de la población.
Al margen de ese aumento de la natalidad que quiere potenciar el gobierno iraní, cabe preguntarse si no se trata más bien de una táctica para controlar y coartar la libertad de sus ciudadanos. En un país islámico, en el que muchas de las decisiones de las mujeres se ven supeditadas a los deseos que demanda el patriarcado, esta norma parece ser una intromisión más en la intimidad de sus habitantes y un ataque directo a la capacidad de decisión de sus mujeres.
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