Aunque puedas creer que dar un azote es cosa del pasado, todavía hay muchos padres que echan mano de este recurso en casos que no saben cómo manejar. Pero su teórica efectividad inmediata viene acompañada de “efectos secundarios” a nivel emocional. Te contamos cuales son para que compruebes que no es la mejor decisión.
No cabe duda de que lidiar con niños pequeños requiere de grandes dosis de paciencia. Pero cuando se ha probado casi todo para lograr eliminar un comportamiento inadecuado, es fácil tratar de buscar una solución que ofrezca resultados inmediatos. Por eso, aunque en la sociedad está cada vez menos presente, todavía hay padres y madres que optan por el castigo físico.
Consecuencias a nivel psicológico
Partiendo de la base de que cada niño y cada familia son diferentes, los estudios sugieren que este tipo de comportamiento deja secuelas psicológicas. Puede parecer que no es así, pero según afirma una psicóloga consultada, las secuelas son reales incluso si este comportamiento es algo ocasional y no repetido regularmente.
Cuando un niño recibe gritos o golpes de parte de un adulto, su cerebro experimenta una especie de caos, ya que para ellos el adulto debe ser fuente de seguridad y calma. Al romper con ese modelo mental el niño experimenta un alto grado de confusión que se mezcla con otras sensaciones como miedo o ansiedad. Y cuantas más veces se repite el comportamiento agresivo por parte del adulto, más se agravan las secuelas. El niño puede desarrollar baja autoestima, falta de seguridad, desconexión emocional, comportamientos agresivos y toda una serie de trastornos de la personalidad que repercuten en su salud mental.
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La forma correcta de afrontar situaciones problemáticas
Ahora que sabes lo que no debes hacer vamos con la forma correcta de abordar esas situaciones en las que el niño parece no reaccionar a ninguna instrucción. Lo primero es arrodillarse a su altura, reforzando la idea de que estás a su lado y de que lo entiendes. Esto ya genera un vínculo de proximidad que favorece que el niño sea más receptivo a cualquier cosa que le puedas decir. Una vez que has creado ese ambiente de complicidad la clave es enseñarles una habilidad con la que sean capaces de afrontar aquello que les angustia o les causa sufrimiento.
En pocas palabras, se trata de crear una conexión en la que el niño no te vea como alguien que quiere forzarle a comportarse de un modo que no desea, sino como alguien que pretende ayudarle. Y esa ayuda viene en forma de proporcionarle las herramientas con las que podrá solucionar positivamente la situación potencialmente conflictiva.
¿Más difícil y desafiante? Sin duda. Pero también mucho mejor de cara a criar a tu hijo con una salud mental y autoestima que le permita desenvolverse con éxito ante las dificultades.