Según un informe publicado en junio de 2019 por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), cada año 12 millones de niñas se casan antes de los 18 años y, actualmente, son 650 millones de mujeres en todo el mundo las que se casaron cuando todavía eran niñas o adolescentes.
En 1995 se celebraba en Pekín la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer que, gracias a la presión de numerosos grupos de activistas y los más de 17.000 participantes, dio como resultado la declaración de derechos femeninos más importante de la historia. En este marco se trató, entre muchos temas, el matrimonio infantil, la mutilación genital femenina, la violencia contra la mujer o la desigualdad de oportunidades. Y aunque podemos decir que hemos avanzado en igualdad a lo largo de estos años –por ejemplo, en lo relativo a la violencia contra la mujer– todavía hay mucho camino por recorrer en lo que se refiere a los derechos de las niñas, más aún en regiones como América Latina.
La Organización Mundial de las Naciones Unidas (ONU) establece como el quinto de sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) la igualdad de género, y a pesar de que se han conquistado importantes avances entre los años 2000 y 2015 en lo relativo al acceso a la enseñanza primaria, la organización asume que niñas y mujeres siguen sufriendo muchos tipos de discriminación y violencia alrededor del mundo.
El matrimonio precoz no es solo la consecuencia de una cultura primitiva. Además, influyen otros factores estructurales, como la pobreza, la falta de oportunidades económicas y educativas, las expectativas sociales, los roles de género y las creencias paternalistas. "En muchos contextos, las niñas se consideran una carga para la economía del hogar y el matrimonio infantil aparece como la mejor opción dentro de un menú con pocas alternativas", explica Nankali Maksud, asesor y coordinador de Prevención de Prácticas Nocivas de Unicef.
América Latina: los mismos indicadores que hace 25 años
Aunque se pretende que el matrimonio infantil esté por completo erradicado en 2030, en algunas regiones del mundo los indicadores muestran los mismos datos que en 1995. Así, en América Latina y el Caribe, las niñas nacidas hoy tienen las mismas posibilidades de contraer matrimonio de forma prematura que las nacidas hace 25 años.
Aunque está aceptado social y culturalmente en muchos países, las consecuencias del matrimonio infantil a corto y largo plazo son devastadoras, ya que atenta contra los derechos humanos y el bienestar de mujeres y niñas. Dado que son forzadas a abandonar sus estudios, la mayoría de ellas son analfabetas, algo que, en muchas ocasiones, viene ligado con violencia física, económica, sexual y emocional por parte de sus esposos. Por otro lado, la mayoría de mujeres que viven matrimonios forzosos y precoces son madres antes de los 18 años.
Esta práctica tiene, además, un impacto negativo sobre el PIB. Y es que como consecuencia de esta práctica y dada a baja participación de las mujeres en los sectores social, económico y político, la economía y sociedad de las regiones en que se practica experimentan un menor desarrollo. Este asunto, sin embargo, sigue sin ser una prioridad en las agendas nacionales, un silencio que invisibiliza los efectos nocivos del matrimonio precoz y que frena su erradicación.
Una marcha progresiva y próspera
A pesar de que los datos en regiones de América Latina y Central no son esperanzadores, en países como Etiopía o India los matrimonios infantiles se han reducido significativamente gracias a acciones coordinadas. Por eso, la revisión de implementación de estrategias de empoderamiento de mujeres y niñas, políticas de igualdad entre géneros y planes de transformación de normas sociales y culturales son fundamentales hoy de cara a la Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, que se celebra en Santiago entre el 27 y el 31 de enero y donde se presentarán recomendaciones para políticas públicas que fomenten la igualdad. Es el momento para el cambio.
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