Cambiar de vida: una tendencia a la alza
Se nos exige cada vez más temprano saber qué queremos hacer en la vida, y la sociedad tiende a encerrarnos en una materia muy rápidamente, una existencia que hemos elegido y que nos agrada pero que en realidad no nos satisface. De repente, ya no es extraño que nos demos cuenta un poco más tarde de esa dulce ceguera que nos impedía ver nuestra falta de felicidad. Esta necesidad también puede aparecer tras un difícil período personal: depresión, duelo, paro, etc. Consejeros y demás expertos abundan para ayudarnos a reorientarnos hacia un entorno que se adapte mejor a nuestros deseos reales.
¿Cambiar de vida para hacer qué?
Además de esta sensación de no estar donde nos pertenece, hay varias motivaciones que nos empujan decidir cambiar de vida. Los urbanitas ahogados por la ciudad sienten ganas de desplazarse al campo, los jefes agobiados por el peso de la jerarquía y el funcionamiento de la empresa elijen trabajar por su cuenta, otros, cansados de centrarse demasiado en ellos mismos, quieren dedicarse a los demás cooperando con organizaciones o asociaciones humanitarias. También podemos decidir lanzarnos y vivir nuestra gran pasión hasta entonces reprimida por una trayectoria demasiado «clásica» y basada en los códigos. En fin, las ganas de partir lejos y cambiar radicalmente de vida es un método muy atractivo para pasar página y descubrir nuevos horizontes. Aquellos que desean vivir cosas nuevas pero no están demasiado seguros de sí mismos pueden lanzarse y elegir entre un listado de competencias propuesto por un especialista en orientación tras algunos tests y entrevistas que los podrán guiar hacia los principales rasgos de su personalidad.
Cambiar de vida en familia
La palabra clave antes de romper con todo es, por supuesto, «re-fle-xio-nar». Sobre todo si no somos los únicos involucrados en el nombrado cambio. Hay que tener en cuenta varios parámetros (la hipoteca, el colegio de los niños, el trabajo de la pareja, etc.) y las decisiones deben ser aceptadas y comprendidas por todos. Antes incluso de discutirlas lo mejor es estar seguro de que queremos cambiar de vida, de que se trata de la mejor decisión que podemos tomar. Si es cuestión de malestar, quizás al principio pueda ayudarnos un psicólogo y así evitar un cambio demasiado radical. Preparar el tema y poner a todo el mundo sobre aviso, además de unir a la familia, hará que la situación se desarrolle suavemente.
Cambiar de vida cuando se es soltero
No es tan sencillo como parece. Cambiar de vida cuando se está soltero es un riesgo y una decisión que, por definición, tomamos solos. El peso no podría ser mayor. A menudo el entorno no entiende la voluntad de cambiar de aires y suele pasar que amigos y familia se distancian. Así que hay que ser consciente de que esto sucede antes de dar la espalda a los más queridos.
Decidir que se quiere cambiar de vida no se hace a la ligera. Se trata de una decisión que tiene que tener como objetivo aportarnos algo, permitirnos ser felices y realizarnos. Irse al extranjero para ganar independencia es crecer, montárselo solo para ver de lo que uno es capaz. No hay que descartar el fracaso. Así que no dudes en hablarlo con tu entorno o con un psicólogo para asegurarte de que tus motivaciones tienen una base... y a partir de ahí... ¡adelante!
Cambiar de vida: una línea que cruzar
Cambiar supone haber tenido en cuenta previamente una gran retahíla de parámetros personales, profesionales o materiales. Una decisión así se toma con conocimiento de causa y estando seguro de ello. Profesionalmente no hay que olvidar las obligaciones que a menudo nos atan a la empresa y hay que evitar perjudicar a los compañeros. Empezar de cero exige casi siempre una inversión económica (billete de avión, fondos de inversión, alquiler que pagar mientras encontramos un buen trabajo...) para la que hay que estar preparado, a no ser que nos decantemos por la vida monacal, claro está.
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