Cuando Azita era pequeña soñaba con poder estudiar medicina. Nació en una familia acomodada, es hija de profesores y se crió con otras tres hermanas y un hermano. De niña leía sobre Margaret Thatcher, Luther King o Gandhi, personajes que le inspiraron para formarse un ideal: "podría hacer lo que quisiera en la vida", cuenta en una entrevista para Europa Press. Ella tenía claro cómo quería encarrilar su vida: "Estudiaría medicina en la universidad y cuando tuviera 40 años empezaría mi actividad política como embajadora de Afganistán".
Sin embargo, su plan de futuro se truncó con la llegada del régimen talibán. Su padre la obligó entonces a casarse con su primo con la excusa de que así estaría protegida. A los 20 años se vio encerrada en un matrimonio forzado junto a un hombre que no quería, manteniendo a una familia que no era la suya y sufriendo presiones, insultos y vejaciones. Se mudó a un pueblo en el que no contaban con agua ni con electricidad, y pronto, tanto su marido como su suegra comenzaron a presionarla para que diese a luz a un hijo varón. "Era una situación terrible", cuenta en la entrevista con la agencia. "Tenía que empezar a vivir como una mujer normal, con un montón de órdenes que debía esperar y cumplir".
Pero el niño que todos esperaban que tuviese nunca nació. Con su primer embarazo llegaron dos niñas y con los siguientes otras dos. La presión que ejercían sobre ella era tan fuerte que Azita sufrió varios abortos e incluso intentó suicidarse. Para evitar un nuevo embarazo, decidió tomar una drástica decisión: vestir a su hija como un niño. "Mi hija pequeña ha crecido como un niño desde los 6 a los 12 años para que mi marido viera que una niña podía ser tan fuerte como un niño, que podía hacer lo mismo", explica. Gracias a ello, la niña pudo disfrutar de una libertad que nunca le hubiesen otorgado por su verdadero sexo. Esta es una práctica habitual que las madres afganas llevan a cabo para garantizar muchas veces la supervivencia de sus hijas.
Aunque al principio todos eran conscientes de que era una niña, Azita admite que su marido comenzó a creer de verdad que era un niño. "Comenzó a pensarlo. La manera en que le hablaba era completamente atípica a como lo hacen los hombres afganos hacia sus hijas, y ella comenzó a adquirir mucha libertad, mucha atención de su padre y tenía permiso para hacer lo que quisiera", cuenta en una entrevista concedida al diario Público. "Si teníamos invitados en casa, mi hija, convertida en un falso hijo, hablaba con ellos o salía a la calle con otros chicos. Mi hija sabía que era una niña y que la situación era temporal y fue algo en lo que insistí mucho, así que estaba preparada y el cambio fue fácil. Fue una buena experiencia para ella y creo que ahora es más valiente que mis otras hijas, es capaz de hablarle a los ojos a alguien y expresarse sin dificultad".
Diputada en el Parlamento de Afganistán
La difícil situación que vivía en casa no le impidió hacerse un hueco en la política de su país: logró convertirse en una de las primeras diputadas de Afganistán y aprovechó esta posición para reivindicar los derechos de las mujeres. Pero para poder ejercer, Azita tuvo que llegar a un acuerdo con su marido: a cambio de que este le permitiese desarrollar su carrera política, ella tuvo que pagarle 3.000 dólares al mes por hacer de chófer para ella y sus hijas. Lo soportaba porque no tenía otra opción y para evitar el divorcio, pues este conllevaría la pérdida de la custodia de sus hijas.
Hace dos años, la vida de Azita volvió a cambiar drásticamente. Tras sufrir amenazas por grupos que la consideraban "revolucionaria", esta activista decidió huir de su país junto a sus hijas y abandonar a su marido. Se mudaron a Suecia, donde ahora ejerce como profesora y ayuda a la comunidad de refugiados afganos que también reside allí. Ahora viaja por distintos países para dar conferencias sobre los derechos de las mujeres. Hace unos días estuvo en Madrid contando su historia.
"No hablo por mi, hablo por las miles de mujeres que nacen y mueren en silencio. Si una mujer como yo ha sufrido estas cosas, imagina cómo es la vida de la mayoría de las afganas", explica. "Cuando voy a conferencias internacionales muchas veces se habla del burka como un problema, pero no lo es, el problema es la falta de derechos, la falta de una educación adecuada".
LETTER
Y además:
La desigualdad de la mujer en 10 datos
Los 10 peores países del mundo para ser mujer