Pero ¿quién puede resistirse a esa exquisita combinación de azúcares y grasas (pasta y manteca de cacao)? Y más, cuando sabemos que el chocolate tiene propiedades beneficiosas sobre la salud: aumenta la libido, tiene efecto antioxidante y antiinflamatorio, es diurético, alivia el síndrome premenstrual, actúa sobre la serotonina (que regula el estado de ánimo), es cardioprotector... Y muy calórico.
Por ello, debes controlar las cantidades que tomas. Tal vez una onza no te reporte más de 50 calorías, pero el balance energético se dispara si sigues comiendo. De hecho, el chocolate es uno de los alimentos estrella en el denominado trastorno por sobreingesta compulsiva.
Desde siempre, el deseo irresistible de consumir chocolate se atribuía a la glotonería o a la falta de autocontrol, pero una investigación de la Universidad de Michigan (Estados Unidos) reveló hace unos meses que el chocolate actúa en el cerebro de la misma forma que drogas como el opio.
El mecanismo es el siguiente: al tomar chocolate (y otra clase de dulces), el cerebro libera encefalina, una sustancia química que provoca una intensa sensación de placer. ¿El resultado? El organismo experimenta más y más deseo de consumir aquello que le gratifica tanto.
Pero, además, hay una región del cerebro, el neoestriado, que se pone en marcha cuando ingerimos chocolate. Y, curiosamente, es la misma que se activa cuando las personas adictas están ante las drogas.
Por tanto, el chocolate tiene factores adictivos. ¿Podemos hacer algo? Sí, limitar su consumo, pues cuanto más tomes, más desearás.
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