Un jugo perfecto, redondo, sublime puede entenderse resguardado en un frasco a la altura de su esencia. Imaginar formas siempre nuevas, jugar con los infinitos matices del vidrio, exaltar la finura y el brillo del cristal, dominar los más mínimos caprichos de la materia para forzarla a llegar siempre más lejos, ese es el arte del que la casa francesa de perfumería Guerlain hace gala desde su creación.
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Precursor en la idea de crear algo más que un recipiente banal, Guerlain supo entender las sutiles relaciones que existen entre el plano artístico y el plano olfativo ofreciendo al mundo los frascos más bellos del universo de los aromas. Sin ellos, el perfume no habría alcanzado nunca su dimensión mágica. Infinitos son los ejemplos que salpican el patrimonio de esta excelsa casa, siempre a la búsqueda de un refinamiento cada vez mayor sin tener en cuenta las contrariedades técnicas que eso supone.
Repasando su colección de joyas, ‘Eau de Cologne Impériale’ encabeza el ranking de obras maestras. En 1853, Pierre-François-Pascal Guerlain crea para la emperatriz Eugenia un agua de colonia de acordes cítricos cobijada en un emblemático frasco grabado con el escudo de armas de Su Majestad, libado por 69 abejas, símbolo del imperio, doradas a mano en oro fino. En el siglo XX, Raymon Guerlain, Director Artístico de la firma confío en George Cavallier de la casa Baccarat para crear un frasco llamado ‘murciélago’, inspirado en el arte mogol, para amparar los acordes de ‘Shalimar’. Su peculiar forma no solo sorprendió a propios y extraños si no que además ganó el primer premio en la Exposición de las Artes Decorativas de 1925. Por primera vez, la peana iba sellada al frasco y el tapón teñido de azul era un verdadero desafío a las leyes de la química.
En 1919, ‘Mitsouko’ rinde homenaje a la corriente artística reinante, el Art Nouveau: sus sensuales formas curvilíneas y su tapón hueco en el centro, en forma de corazón vaciado, demuestran que para Guerlain no existía nada imposible.
Años más tarde (1933), aparecería ‘Vol de Nuit’, un diseño cuadrado de cantos biselados en el que se evocaba el movimiento de las hélices de un avión que trastocó los códigos de una época en la que los frascos femeninos tenían de ser eso, femeninos, sin alusiones al género masculino. Y más recientemente, ‘Insolence’, el diseño de una peonza radiante donde tres semiesferas bailarinas parecen talladas en la luz misma firmado por el escultor Serge Mansau.
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