Es una superviviente del genocidio que está cometiendo el Estado Islámico contra los yazidíes, la comunidad étnico-religiosa asentada, principalmente, en el norte de Irak desde hace miles de años. Lamiya Haji Bashar vivía en Kocho, un pueblo cerca de la región iraquí de Sinjar, hasta que en agosto de 2014 fue secuestrada por miembros del Estado Islámico. "Cuando el Daesh llegó, mataron a todos los hombres. Yo tenía 15 años, nos separaron de las mujeres mayores y las mataron", explicaba la joven en el Parlamento. "Me compraron y me vendieron cinco veces". No volvió a ver a sus padres ni a sus hermanos varones.
Lamiya pasó por un auténtico infierno durante 20 meses en los cuales fue torturada y violada repetidas veces. A pesar de todo, nunca se rindió e intentó escapar siempre que tuvo ocasión. Una de ellas (en abril de 2016) fue la definitiva, aunque no resultó fácil, pues tuvo que atravesar junto a una compañera de cautiverio un campo minado. "Conseguí escapar, y antes de llegar a un lugar seguro mi amiga pisó una mina y pude oír sus gritos de dolor mientras fallecía. Fue lo peor que he oído en toda mi vida", relataba. Su dura historia es un testimonio más del infierno que están pasando las mujeres de los países azotados por el terrorismo, donde las violaciones se utilizan como un arma de guerra.
20 meses de cautiverio y horrores
Los terroristas obligaron a Lamiya a ser una esclava sexual más. Durante casi dos años fue vendida y comprada por hombres mayores que la violaron repetidas veces. Sus captores ponían a Lamiya y a otras jóvenes yazadíes a la venta, como si de un mercado se tratase. "Los hombres venían y escogían a las chicas. Si alguna se negaba, las pegaban con cables", relataba la joven en una entrevista para el Daily Mail. "Esos hombres eran peores que los monstruos. Fue muy difícil ver cómo atacaban a las niñas, niñas de nueve o diez años que lloraban y suplicaban para que no abusasen de ellas. No puedo describir lo horrible que fue".
Ella y una de sus hermanas fueron compradas por primera vez por un hombre de unos 40 años que las llevó a la ciudad siria de Raqqa, donde las mantuvo esposadas la mayor parte del tiempo. "Era un hombre muy malo. Nos golpeó durante los tres días que pasamos con él. En una ocasión intentó matarme ahogándome con sus propias manos porque me negué a sus abusos". Su captor las abandonó en una de las bases terroristas. Allí las metieron en una habitación: "Había unos 40 hombres que abusaron sexualmente de nosotras. No puedes imaginar lo que es: dos chicas pequeñas en las manos de tantos monstruos".
Después de este suceso, las volvieron a vender varias veces más a terroristas que pagaban unos 100 dólares por cada una. Cada vez que Lamiya intentaba escapar, era capturada de nuevo y volvía a enfrentarse con los abusos sexuales y las terribles palizas.
"Me obligaron a coser chalecos bomba"
Su cuarto captor era especialista del Daesh en fabricación de explosivos y obligó a la joven a trabajar para él. Construyeron bombas para los atentados suicidas. "Tenía la esperanza de que nos atacasen y muriésemos todos", confiesa. "Quería terminar con mi sufrimiento y a la vez que destruyeran ese horrible lugar que se dedicaba a la fabricación de bombas".
Su último verdugo fue un médico iraquí que se unió a los yihadistas. "Nos torturaba todos los días. Violaba a niñas de nueve años, y a mí también", explicó la joven. Lamiya colaboraba con él en las labores del hospital. Un día, el médico le dio un teléfono móvil y la joven, a escondidas, aprovechó para llamar a un tío suyo que vivía en Kurdistán. Su tío pagó 7.500 dólares a un contrabandista para que la ayudase a escapar.
La noche de la huída, Lamiya cruzó por un campo de minas junto a su compañera de cautiverio Katherine y una niña de nueve años. Katherine pisó una mina que terminó con su vida y con la de la niña pequeña. Lamiya sobrevivió, pero como consecuencia sufrió quemaduras en la cara y en el cuerpo y perdió la visión derecha del ojo. Después de la explosión, los soldados kurdos la trasladaron junto a su tío a un hospital, donde trataron sus heridas.
Lamiya Haji Bashar, Premio Sájarov 2016
Cuando Lamiya se recuperó, la ONG Air Bridge Iraq - Luftbrücke Irak, que ayuda a los niños víctimas del terrorismo, la llevó hasta Alemania, donde le ayudaron a continuar con su recuperación. Allí se unió a Nadia Murad, una joven que había pasado por un calvario similar al suyo, y emprendieron su labor como activistas de la ONU. Su labor fue reconocida el mes pasado ante el Parlamento Europeo, cuando se les entregó a ambas el premio Sájarov 2016 a la Libertad de Conciencia.
Allí, las jóvenes contaron su historia y pidieron apoyo internacional para llevar al Estado Islámico ante el Tribunal Penal Internacional por el genocidio del pueblo yazidí. "Creo que la comunidad internacional tiene que establecer además una zona de seguridad para estas minorías en Irak, coordinadas por el Gobierno iraquí y las autoridades del Kurdistán", añadió Nadia Murad.
Y es que, en la actualidad, aún hay unas 3.500 mujeres y niñas yazidíes que están siendo usadas como esclavas sexuales por el Estado Islámico. En cuanto a la ayuda que las jóvenes piden, cabe recordar que los 27 estados que prometieron auxiliar a 160.000 refugiados, a día de hoy, tan solo han acogido a 7.000.
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