Generalmente, las situaciones en el inicio no son verdaderos “problemas”. Cuando comienza el primer brote es simplemente una situación muy fácil de gestionar y de usar a tu favor, porque siempre encierra un aprendizaje que nos hace avanzar. Pero si alimentamos esa pequeña chispa con la queja, con nuestro diálogo interno o con nuestra negativa a aceptar lo que es y ponerle solución, entonces se convierte en una gran llama mucho más difícil de apagar y, por supuesto, mucho más desagradable.
Cuando se dispara nuestro diálogo interno y nos apresan nuestros pensamientos, comenzamos a “rumiar”. Entramos en un bucle que se retroalimenta y que activa la parte de nuestro cerebro más primitiva: el llamado cerebro reptiliano. Este, a su vez, nos predispone a luchar o a huir. Cuando rumiamos, en vez de aprovechar las pequeñas situaciones que se nos van presentando y encontrar la oportunidad en cualquier circunstancia, hacemos un mundo de un grano de arena. Hacemos que esa situación que en su inicio no tenía ninguna importancia, acabe magnificándose y desembocando en algo, quizá, más grave.
Imagina que recibes una multa de tráfico. Si realizas el pago de forma instantánea, el coste se reduce a la mitad. Lo mismo ocurre con las pequeñas gestiones de nuestra vida: si las aplazamos demasiado y las dejamos crecer, la bola se hace cada vez más grande. Lo que ocurre en realidad no es que dejemos pasar mucho tiempo, sino lo que solemos hacer en ese tiempo.
Por ejemplo: un compañero de trabajo llega tarde a una reunión importante en la que debías comentarle algo urgente. Has insistido mucho en que lo más importante era la puntualidad y, aun así, pasan los minutos y todavía no se presenta… En ese tiempo, ¿qué invade tu cabeza? Probablemente no serán pensamientos de paz. Probablemente no serán pensamientos de reconciliación. Cuanto más tiempo pase, más presión habrá acumulada en la olla exprés. ¿Cuál será el resultado? Con casi total seguridad, una discusión. Y no ha sido causa del tiempo transcurrido (eso, en realidad, ya ha quedado en un plano secundario), sino de la cantidad de pensamientos que han invadido nuestra cabeza y que nos han colocado en un estado de ira, de frustración o de impotencia. Y ese estado no tiene nada que ver con poner límites y ejercer nuestros derechos.
¿Qué habría pasado si, en vez de sembrar la chispa del conflicto con ese bucle de pensamientos destructivos, hubiésemos apagado el “piloto automático” cogiendo las riendas de la situación e impidiendo que ésta se magnifique?¿Cuántos conflictos y sufrimiento podemos evitar aplicando esto? Saber manejar la situación impide que ésta se convierta en un “problema”. Y, ¿ cómo lo hacemos?
Consejos para cambiar el rumbo de los problemas
1. Toma consciencia de tu experiencia interna
Como en todo, el primer paso es tomar consciencia de lo que ocurre. Cuando tomas consciencia de tus pensamientos o de tus emociones, estos pierden mucho poder sobre ti. Es una forma infalible de cortar con la reacción automática, de poner una presa en un río caudaloso y de empezar a construir aquello que quieres.
2. Confía
Confía en que la vida pasa para ti y no contra ti. Cuando algo se manifiesta es porque lo necesitamos para evolucionar. Lo que sucede conviene, y cuanta más confianza tenemos, más oportunidades somos capaces de detectar.
3. Observa y aprende
Observa, ¿qué está ocurriendo? ¿Qué puedo aprender de esto? Recuerda que, si no se adquiere el aprendizaje, la situación seguirá presentándose una y otra vez, y cada vez de forma más llamativa. Por eso, cuanto antes obtengamos las herramientas, antes podremos reparar las pequeñas averías que vayan surgiendo.
4. Agradece
El sentimiento de gratitud es de los más poderosos y profundos. Cuando agradecemos, no sólo entramos en un estado de pleno amor, confianza, armonía y compasión, sino que también contagiamos ese estado.Tenemos muchas cosas por las que podemos estar agradecidas y estas pequeñas situaciones “desagradables” pueden servirnos como recordatorio de todo lo que tenemos.
Recuerdo que hace poco estaba en la sala de espera del ambulatorio para hacer una visita rutinaria. Llevaba mucho tiempo esperando a que me atendiesen y, en mi cabeza, comenzaron a resonar pensamientos negativos y de queja. En ese momento, recordé que, de hecho, tengo un médico. Soy una de las pocas personas afortunadas en el mundo que tiene alguien que se ocupa de mi salud. ¿No es eso algo maravilloso? Mi estado cambió por completo y, con él, también el resto de mi día.
Toma consciencia, confía, observa, aprende y agradece, para que ninguna situación crezca y para que nada pueda romper tu equilibrio. ¡Pronto comenzarás a ver cómo todo marcha a tu favor!
Artículo realizado por Úrsula Calvo Casas, creadora del método Yo ahora, instructora de meditación, experta en Inteligencia Emocional y fundadora del Úrsula Calvo Center (Madrid)
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