Dormir en una jaima o sumergir tus pies en un agua tan cristalina que puedas ver tu propio reflejo. Perderte con cuerpo y mente para dejarte llevar por la muchedumbre que deambula por las calles de la Medina de la capital. Impregnarte de cultura bizantina en uno de los museos más bellos del mundo. Saborear el Mediterráneo con sus pescados, sus especias, sus casas blancas y sus puertas azules. Sentir que el tiempo se mantiene estático, que todo es perenne y que las manos de los alfareros locales guardan las grietas, el poder y los colores de todo un país.
Todo es Túnez. Túnez es belleza a cada paso, contrastes en cada nueva parada del camino y un reencuentro con la cultura mediterránea más pura. Te invitamos a que te vengas de viaje con nosotras y marques en tu mapa estos destinos como paso obligado. No te van a decepcionar...
1. La ciudad de Túnez
La Medina de Túnez fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1979 y es que ese encanto de calles enrevesadas, forjas azules y su conglomerado de puestos y cachivaches, engancha. Si eres de las que no puede dejar pasar un mercado cuando se va de viaje, esta parte de Túnez te va a conquistar. No solo es su selección de souvenirs y artículos propios de su cultura como alpargatas, teteras y demás útiles artesanos. Es también su inmensidad y sus recovecos laberínticos. Sumando a todo ello, por supuesto. ese juego del regateo tan presente en los países de la parte norte de África.
Después de las compras (casi) obligadas cuando viajas a Túnez, no puedes dejar de subir al mirador que hay en la parte más alta de la Medina. Desde él verás ese Túnez lleno de mosaicos y paredes blancas descacarilladas que aparece en las postales. En el centro de la ciudad verás reflejado también ese pasado de colonia francesa del país con una gran avenida central que nos lleva directos a la Medina.
La capital de Túnez es el símbolo más evidente de ese anclaje a unas raíces que nos hablan de las culturas milenarias que fueron labrando su historia y también del continuo proceso de modernización que vive el país. Hubo elecciones democráticas libres celebradas a finales del año 2011 y una nueva Constitución aprobada en 2014.
2. La mezcla de culturas milenarias
Además de ese turismo más callejero del que te hemos hablado, la capital del país tiene una oferta cultural capitaneada por uno de los museos más impresionantes del mundo: El Bardo. Tristemente célebre por haber sido uno de los escenarios de los atentados de año 2015, este centro cultural es una obra de arte en sí mismo. Con unas estancias espectaculares, se trata de uno de los Museos arqueológicos más importantes del mundo. En él se recogen increíbles mosaicos de la época bizantina y unos cuantos exponentes de otras culturas que habitaron estas tierras mediterráneas, como la egipcia o la púnica.
Cada una de las estancias de este centro cultural es por sí misma una parada obligatoria. Si miramos hacia sus techos nos encontramos con increíbles superficies trabajadas en yeso y en la que se dibujan arabescos de formas imposibles en los que podríamos reposar la vista durante horas buscando detalles y recovecos.
3. Los rincones que invitan a disfrutar
Hay rincones en Túnez en los que el agua del mar es serena y cristalina como la perfecta estampa mediterránea que todos tenemos en nuestra cabeza. Hay pueblos en Túnez en los que el blanco de las paredes brilla y el azul de los portones contrasta con los tonos violáceos y verdes de la vegetación. Hay lugares en Túnez en los que nos gustaría perdernos y que nadie (ni siquiera a través del teléfono móvil) nos encontrase durante un tiempo. Porque sí, Túnez también puede ser absoluta desconexión. Para ello, encontramos dos paradas imprescindibles en nuestro viaje.
Por una parte, el pueblo de Sidi Bou Said y, por el otro, la isla de Djerba. Empecemos por el primero de ellos. Sidi Bou Said es una localidad costera situada muy cerca de la ciudad de Túnez y en la que los atardeceres iluminan de una forma diferente. Su estética nos recuerda a los típicos pueblos de las Islas Griegas, con paredes blancas y puertas azules y, de hecho, es de este país vecino de donde cogieron prestada la inspiración para crear este rincón con encanto.
Te recomendamos que te dejes caer por sus calles adoquinadas, observes en silencio durante unos cuantos minutos su mar calmado y te relajes tomándote un zumo de frutas en uno de sus múltiples cafés. La puesta de sol o el mediodía son los mejores momentos para visitar este pueblo que gana puntos (y likes de Instagram) cuando ves sus edificios con la luz adecuada.
Justo en la parte contraria del país descubrimos uno de esos rincones paradisíacos en los que nos gustaría pasar un año sabático, una jubilación o la mayor parte de días de nuestra vida. La isla de Djerba, al sureste del país, está conectada con el resto del territorio mediante una carretera. Y esa distancia física que existe se plasma también en la distancia mental con el mundanal ruido que uno consigue establecer cuando visita una de sus playas paradisíacas. Arena blanca y fina, aguas cristalinas y templadas y caballos recorriendo su costa. Si eres capaz de cerrar los ojos e imaginar esa conjunción en tu mente, comprenderás que no quisiésemos dejarla atrás nunca.
Para vivir esta experiencia, nada como albergarte en el Radisson Blu Palace de Djerba, uno de los hoteles más lujosos de la zona y en los que podrás sentirte como una verdadera reina con derecho a desconectar. Sus impresionantes piscinas invitan a un verano infinito y el cuidado de los detalles en su servicio de habitaciones y restauración están a la altura de la imponente playa desde la que podemos acceder desde las piscinas del hotel. ¡100% recomendable!
4. Los lugares anclados en el tiempo
Si el mismísimo George Lucas ya encontró inspiración para su Tatooine en tierras tunecinas, tenemos suficiente argumento para hablarte de la magia de esta región africana. Y es que esos paisajes de otra galaxia, como sacados de un cuento, son maravillosamente frecuentes en nuestro destino. Los Ksar o ksour es la denominación magrebí para las construcciones fortificadas de los pueblos bereberes que poblaban (y pueblan) algunas zonas de Túnez. Muchas de estos edificios levantados con adobe contaban con un granero colectivo y otros enclaves comunes como las mezquitas.
Uno de los pueblos imprescindibles en esta búsqueda de los inicios de la cultura tunecina es Chenini, una minúscula localidad situada al sur del país. Todo es tierra en Chenini. Todo menos la mezquita blanca que se levanta pulcra y brillante en mitad del pueblo bereber. De hecho, se trata de un buen lugar para escuchar una de las llamadas a la oración del Islam. Hasta cinco veces al día el silencio absoluto se quiebra cuando los megáfonos de la mezquita comienzan a sonar y los escasos habitantes de la localidad se preparan para el rezo.
5. El desierto que atrapa
Huyendo de las vacaciones convencionales, Túnez nos ofrece también amaneceres y puestas de sol que se esconden tras las dunas. La parte del Sahara que alcanza la frontera tunecina ha de ser uno de los leitmotive de todo viaje a este país. Después de más de tres horas de jeep desde que dejásemos atrás Chenini, nos encontramos con el campamento Zmela, un conjunto de jaimas turísticas para dejar que el desierto nos envuelva. Aquí sí, la desconexión con el resto del mundo es un hecho evidente cuando sabes que tu única luz durante la noche van a ser un par de velas ancladas sobre arena en una mesita de noche.
Y es que hay que reconocer que en un entorno como este, una se siente un poco Lawrence de Arabia y la curiosidad y las ansias aventureras resurgen con fuerza. En la noche, puedes ver tantas estrellas juntas que te podrías quedar prendada durante horas intentando averiguar las constelaciones (a pesar de no tener ni idea de astronomía). Debes prepararte para ver uno de los cielos más bonitos que jamás hayas visto, así que elige la mejor compañía para esta etapa de tu viaje.
Al amanecer, con la luz de la mañana colándose entre la tela de tu jaima, llegará el momento de dar rienda suelta a la aventura. Para ello, nada como una excursión en quads surcando las dunas del desierto. ¡Pura adrenalina!
6. La intensidad de tus pasos
Túnez también es especiado; son olores y sabores. Son lonjas tan tradicionales que el pescado fresco se subasta al mejor postor en un curioso ritual de tiras y aflojas. Es el cordero más delicioso y tierno fundiéndose con verduras mediterráneas. Es cuscús y son dulces árabes tan bonitos como apetecibles. Túnez es té a la menta con piñones en una de las teterías más míticas de la Medina. Y así, volvemos al principio. Con ese sabor de boca que solo te dejan los grandes viajes.
Y cualquier duda que te pueda surgir a la hora de planificar este viaje o algún tipo de información adicional, no dudes en consulta la web de Turismo de Túnez.
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