Debido a que las enfermedades que afectan a la piel son más visibles para las personas que nos rodean, se sufren de una forma más intensa, sintiendo ansiedad ante las lesiones que aparecen en la piel. Así, las personas que la sufren no solo se sienten preocupadas por la gravedad de su enfermedad sino también por su aspecto físico y “el qué dirán”.
Además, cuando estos problemas afectan al rostro, la bajada de autoestima es algo prácticamente garantizado para la gran mayoría de las personas que los sufren.
Cuando un paciente con un problema dermatológico acude a la consulta, su médico debe no sólo evaluar el grado de extensión de su enfermedad, sino también si su estado de ánimo está alterado por la misma y hasta qué punto ésta interfiere en su vida diaria y en sus relaciones sociales. En ocasiones, no es la gravedad de la enfermedad la que nos lleva a tratarla, si no la situación emocional del paciente. Este es el caso, por ejemplo, de la alopecia androgenética. El paciente, varón o mujer, que sufre esta enfermedad tan común, no ve en ningún momento peligrar su vida, pues la alopecia androgenetica no va a provocarle la muerte, pero el cambio en su aspecto físico sí puede llevarle a sufrir intensamente, hasta el punto de entrar en depresión, dejar de relacionarse con su entorno y en casos extremos llegar a plantearse el suicidio.
Es por todo esto que cuando el dermatólogo se enfrenta cada día en la consulta a las distintas enfermedades de la piel, debe valorar con cautela cómo lleva el paciente su padecimiento, y tratar de aliviarle y consolarle, tratando las lesiones y haciéndole ver que no tienen la importancia que ellos pueden llegar a darles.
Contenido elaborado por la Dra. Cristina de Hoyos, dermatóloga y directora técnica de Clínicas Ceta
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