Lo cierto es que el sérum cumple un papel “preparador” y reparador en profundidad, mediante el cual pone a punto la piel para que después la crema actúe a nivel más superficial. Además, hay que tener en cuenta una de las características básicas del sérum, es mucho más fluido y se absorbe rápidamente por lo que no es necesario utilizar mucha cantidad de producto y se extiende dando suaves toques por el rostro. Como los sérums trabajan a niveles más profundos de la piel, en caso de pieles secas, es necesario un extra, que actúe a nivel más externo y por eso también necesitaremos la crema.
Otro motivo más para no desterrar la crema hidratante es la protección solar: los sérums no la incluyen, así que debemos usar otro producto que sí nos proporcione escudo contra los rayos solares.
No es importante que sérum y crema estén en consonancia en cuanto a qué objetivos queremos conseguir. Perfectamente podemos usar un sérum para mejorar la firmeza y una crema antiarrugas, o un sérum antioxidante y una crema antimanchas con protección solar. Ante la duda, mejor consultar con el farmacéutico o un experto en dermatología.
A la hora de aplicarlos, el primer paso es tener la piel limpia, pues así aprovecharemos mucho mejor el potencial de ambos productos, sobre todo del sérum, que es el que penetra en mayor profundidad. Primero aplicaremos éste, utilizando poca cantidad y a toques. No es necesario masajear y no queremos que este poco producto nos quede en las manos más que en el rostro. Una vez notemos que el sérum se ha absorbido, vamos con la crema, aplicándola mediante un masaje en el mismo sentido en que hemos aplicado el sérum. También hay que tener en cuenta si el masaje es contra las arruguitas faciales: aplicaremos la crema en el mismo sentido que éstas para no “abrirlas” o para mejorar la firmeza, entonces el masaje será siempre hacia las sienes.
Contenido elaborado en colaboración con Mónica Lizondo, farmacéutica y cofundadora de Farmaconfianza.
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