Piensa en esos papás primerizos, hasta arriba de ternura, dispuestos a posar “embriagados” de cariño en esa primera foto junto a su pequeño recién nacido. Piensa en su emoción, en la ilusión, en los gestos de mimo que realizan para no dañar a sus pequeños. En como les tocan, les tapan, se preparan para sacar su mejor sonrisa para una imagen que, esperan, sea para siempre.
Piensa en todo eso y luego, piensa de nuevo que los recién nacidos no entienden de sesiones fotográficas, ni de momentos históricos, tampoco de mantener la compostura y que, única y exclusivamente se preocupan por sus necesidades físicas y fisiológicas.
Y ahora, junta las dos realidades, ambas perfectamente compatibles: Caras de papás locos de amor con sus ojos y bocas bien abiertas y niños que se hacen pis, con precisión y puntería de cirujano.
He aquí el resultado de tal controvertida imaginación. Papás que buscan la imagen de su vida y bebés que, en el mejor de los casos y -sin pañales-, se mean. En la vida todo es cuestión de riesgos. Ellos decidieron jugar y acabaron mojados ¡pero todo sea por una buena foto!
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