Imagina que has dedicado buena parte de tu vida a estudiar derecho, que tras licenciarte montas un bufete de abogados, que te dedicas a ejercer la abogacía durante años y que, de repente y, como fruto de la inspiración, un día descubres que no te gusta lo que haces y decides solucionarlo.
Algo así o exactamente esto fue lo que le ocurrió a Alexander Yakolev, tras muchos años de carrera que conllevaron el mismo número de años de insatisfacciones. De la noche a la mañana apartó las leyes y los libros de derecho civil y penal para dedicarse a su pasión frustrada: La fotografía.
Su obsesión por el cuerpo humano y la capacidad de éste para moverse y transformarse, así como la captación de instantes y momentos visualmente únicos, han guiado sus pasos en el medio fotográfico. Su primer gran proyecto buscó capturar la magia de la danza mientras bailarines de todo tipo y condición la practicaban. Ahora, después de alcanzar importante reconocimiento gracias a una ingente cantidad de horas de esfuerzo y dedicación, ha vuelto a sorprender con su nuevo trabajo.
En el, bebe de su inspiración inicial a la vez que busca el "más difícil todavía" para dotar de mayor traslación y movimiento a las escenas que captura. Con un sencillo truco, a base de harina, ha logrado que sus imágenes casi "exploten" ante la mirada impasible del espectador.
Al llenar los cuerpos de los bailarines y los ambientes en los que se desenvuelven con este polvo blanco, se crea una atmósfera mágica que consigue realzar de una manera mucho más efectista y estética los movimientos de los protagonistas.
Alexander, que ha recopilado todas estas fotografías bajo una serie titulada `The mirages´, en español `Los espejismos´, vuelve a sorprendernos con su trabajo para demostrarnos que, en la fotografía, no está todo inventado y que, cuando ésta se alía con el mundo de la danza, las posibilidades son infinitas y casi inimaginables.
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