¿Quién no ha concedido alguna vez un pequeño capricho a sus hijos por sacar buenas notas o por portarse bien en la consulta del médico? Es una costumbre, incluso saludable. El niño recibe algo bueno e inesperado que premia su conducta. Pero ¿qué sucede cuando estos caprichos se vuelven casi obligatorios por su actitud demasiado exigente y demandante? Si los niños se acostumbran a los premios y caprichos como algo asiduo y los padres desean verlos siempre felices, se puede conseguir el efecto contrario. Un niño consentido siempre querrá más, lo que puede alterar la dinámica familiar y, lo que es peor, derivar en futuros problemas de conducta.
¿Cómo controlar la situación?
Los caprichos pueden ser una buena experiencia que hacen al niño salirse de la rutina, siempre y cuando sean algo esporádico y controlado. Pero cuando esa necesidad de antojos es demasiado grande o interfiere demasiado en el día a día conviene tomar las siguientes medidas:
- No darle más de lo que necesita. Para que un niño comprenda que los caprichos son algo excepcional, debe entender su valor, por tanto solo los recibirá en ocasiones. Así aprenderá a darles el valor que tienen y a que su felicidad y su bienestar no dependa de ellos.
- Explicarle lo que son los privilegios. Si el niño reclama más de lo necesario, podemos empezar a controlar sus caprichos. Es importante explicarle que todo aquello que tiene es un privilegio y que debe valorarlo como tal. Pedir por pedir nunca ha de ser una opción.
- Evitar la competición entre padres. Sea cual sea la situación de la familia, la estabilidad entre los progenitores es esencial. En la medida de lo posible hay que evitar que el niño perciba los caprichos como una competición entre padres.
- Dar ejemplo. Como en cualquier otra parte de la educación, los niños aprenden en gran medida por imitación, así que si ven a los padres con una actitud austera, comprenderán que deben mostrarse así también ellos.
Contenido elaborado en colaboración con Deanna Marie Mason, experta en educación y salud familiar.
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