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Aunque rotunda, la afirmación de que los productos de dermofarmacia no han conocido los vaivenes de la crisis, es cierta. Es el único sector que a parte de mantenerse, ha aumentado sus ventas.
Motivos no faltan para explicar este fenómeno. Para empezar, las farmacias han sufrido una revolución estética: su espacio ya no parece un laboratorio o una botica antigua donde los productos, poco sugerentes, se amontonaban en las estanterías… Ahora se visten de colores y de marcas ‘farmaglam’ abriéndose a nuevos conceptos y nuevos códigos, sin perder un ápice de lo que las ha hecho fuertes: la seriedad y la credibilidad de unas fórmulas efectivas.
De farmacia a parafarmacia, un nuevo espacio donde se dan cita los bio, la naturalidad, lo ecológicamente correcto e incluso el lujo o el exotismo. Cruzamos la puerta para comprar cuidados (anti-edad y solares principalmente), productos de higiene, maquillaje y perfumes. No hay disciplina cosmética que se les resista. En resumen, el universo de los tratamientos dermocosméticos ha sabido diversificarse y adaptarse a nuevos gustos y a un nuevo mercado.
Desde los decanos como Vichy, pasando por las dermatológicas Avène y SkinCeuticals, y terminando por marcas inspiradas en las medicina estética tales como Lierac… la oferta es inmensa. Compramos productos que no mienten y están muy cerca de la eficacia médica, del contenido más que del continente. Moléculas de última generación, innovaciones reales (y no quimeras en entredicho) y precios siempre justos. La cruz verde está lejos de apagarse.
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