Con pasión y esfuerzo, no hay meta que una mujer no pueda alcanzar. Una filosofía de vida que se puede aplicar perfectamente a la de Judith Obaya. Esta asturiana de Villaviciosa combina su trabajo como policía local y su labor como madre de dos hijos con su gran pasión: recorrer el mundo en moto. Un día decidió despertar de la vida idílica que llevaba para darse cuenta de que en realidad no le llenaba: "Tenía un casoplón enorme, un trabajo fijo, una familia estupenda, pero seguía mirando a lo lejos y arrepintiéndome de no haber luchado por mis sueños", nos cuenta en esta entrevista.
A los 40 años Judith decidió separarse y volver a subirse sobre una moto para continuar donde lo había dejado: seguir conociendo el mundo en moto y alcanzando metas. Confiesa que no ha sido fácil: ha pasado hambre, se ha llegado a alimentar solo de frutos secos a falta de otra cosa, ha hecho noches en paradas de autobuses e incluso la han amenazado con denunciarla por intentar dormir en estaciones de servicio. Pero Judith lo tiene claro: "Prefiero viajar así a quedarme en casa. Las pipas no están tan mal y dormir al raso tiene su encanto".
20 mares en moto: 45 días, 27 000 km y 19 países
Un amigo le propuso un viaje: rodar en verano en busca del ying y el yang de dos mares: el Blanco y el Negro. Sin embargo, Judith quiso ir más allá: ya que iban a realizar una travesía, ¿por qué limitarse a conocer dos mares cuando puedes visitar 20? Así que se pusieron en marcha. "Rodaba entre 12 y 14 horas diarias, y dormía en cualquier camping. Pienso que lo que me mantenía en pie era la adrenalina que me recorría el cuerpo por la emoción de ir consiguiendo mi objetivo poco a poco. Las manos dejaron de doler a los 15 días, cuando las ampollas que me habían salido por tantas horas de conducción, se secaron", nos explica.
¿Y cómo se las arreglaban? "Me alimentaba a base de sobres de comida deshidratada (arroces y pasta) que llevaba desde casa como parte del equipaje. También llevaba un hornillo y una fiambrera, mezclaba el contenido de un sobre con agua y en pocos minutos tenía una comida caliente. Cuando llegué a Rusia ya se me habían acabado los sobres que llevaba, así que recurrí a bocadillos".
Aunque lo más complicado, afirma Judith, era encontrar un lugar para dormir con tan pocos recursos económicos. "Fue difícil, especialmente en Turquía, Rusia y Reino Unido. Allí procuraba pedir permiso para dormir en el saco, al lado de la moto, cerca de una casa o en la terraza de algún hotel. Creo que debía darles pena, porque era raro que me dijesen que no, y a la mañana siguiente, incluso algunos me invitaban a desayunar".
Siguiente reto: cruzar el Sáhara
Junto con su amigo José, la asturiana acaba de finalizar su última aventura: atravesar el desierto del Sáhara con los menos recursos posibles. Porque Judith no lo niega: "No conozco a nadie que viva de viajar en moto". Por eso ella sigue trabajando como policía local durante las noches. "Es lo que paga mis facturas y no puedo prescindir de ello. Los patrocinadores facilitan la equipación o los accesorios, pero conseguir dinero para echar gasolina, cambiar los neumáticos, hacer las revisiones y pagar el seguro, es más complicado".
Con todo ello, Judith cargó su moto con lo necesario y partió a África. Antes del viaje fue necesario una preparación física y psicológica. Fueron 3.200 km de puro desierto, con etapas de más de 700 sin repostar. "Teníamos que cargar con 30 litros de gasolina y 20 litros de agua en las maletas, los repuestos, las herramientas, el equipo de acampada y la ropa. Esto, sumado al peso de las motos, hacía mas difícil el paso en la arena y la piedra", confiesa la motera. No quitarse nunca la chaqueta para poder conservar el sudor e hidratarse cada pocos kilómetros fueron dos de las medidas básicas de supervivencia.
"Mis hijos siempre me han dicho que debía hacer lo que me gustase"
La pasión por las motos comenzó a crecer en Judith desde pequeña y especialmente a partir de los 16 años, cuando le regalaron su primera moto, una Vespino de color azul. Más de cuatro décadas después, esta pasión no ha disminuido en ella ni un ápice. Sus hijos, Éric (17) y Gaëlle (18) son dos de sus principales apoyo. "A esta edad casi prefieren que me vaya de viaje", bromea cuando le preguntamos por ellos. "Desde que nacieron siempre nos acompañaron en todos los viajes. En los primeros, cuando volvía a casa, me pedían que pasase por el colegio y aparcase la moto delante de la puerta a la hora de la salida. Les encantaba que sus compañeros vieran que su madre era motera".
Estos viajes han fomentado su interés por otras culturas y han ayudado a la motera a apreciar dónde reside la verdadera riqueza. "He aprendido a medir la riqueza por las acciones de cada uno, no por el dinero que hay en su cartera. La humildad y el respeto son dos valores imprescindibles cuando viajas. También me ha aportado la oportunidad de colaborar en una labor social apoyando a IMU, una ONG internacional sin ánimo de lucro, que lucha por el bienestar de todos los motociclistas", nos cuenta.
"Cada día somos más las mujeres que nos movemos en moto, pero seguimos estando en desventaja"
Aunque Judith confiesa que nunca ha recibido un trato diferente por ser mujer y motorista, sí admite que existen ciertas desigualdades. "Las propias marcas de motos no facilitan mucho las cosas haciendo modelos de máquinas cada vez más altas y más pesadas. Es muy importante el trabajo que está haciendo la Comisión Femenina de Motociclismo, con la que colaboro, apoyando y formando, desde niñas y en todas las modalidades, a cuantas mujeres quieran formar parte de este mundo".
¿Cuál será el próximo destino de Judith? Cuando le preguntamos, nos explica que aún no nos puede revelar el lugar, pero nos da una pista: "Se trata de una aventura preparada para 2017 y puedo adelantar que rodaremos a -50ºC...".
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