Algo ha tenido que pasarnos para que en algún momento de nuestra evolución más reciente decidiésemos que acabar con el resto de especies que pueblan el planeta era algo lógico y normal.
Por supuesto, cuando vemos imágenes como estas ninguno de nosotros nos reconocemos. A todos nos incomodan, nos duele el alma… pero no nos sentimos responsables porque sabemos que nosotros “no somos así”, que nunca haríamos eso, que nuestro cuidado por el entorno así como nuestra moral nunca nos lo permitirían.
La cuestión es que somos precisamente nosotros, con nuestras decisiones, los que consiguen estos mismos efectos: Cuando escogemos en el supermercado un paquete de dulces empaquetados individualmente, que a su vez están empaquetados en un gran envoltorio y que además contienen pequeños envoltorios aún más pequeños en los que se acompaña una pegatina, o lo que toque para incrementar ventas. No nos damos cuenta, lo hacemos de forma inconsciente, pero en ese mismo momento, estamos decidiendo sobre el futuro de nuestro planeta.
También lo hacemos cuando escogemos lavarnos los dientes con el grifo de agua abierto, o cuando nos bañamos en vez de ducharnos o en invierno cuando subimos la temperatura de nuestra casa dos grados por encima de lo que realmente necesitamos.
Cuidar de nuestro entorno o ser socialmente responsables no debería ser una opción, sino una obligación. Para con nosotros. Para con nuestros hijos.
Estas imágenes de la vergüenza nos muestran las secuelas y consecuencias directas de la contaminación en nuestro planeta. Nos enseñan una realidad olvidada que las empresas, máximas interesadas en que no se conozca, no suelen mostrar, y que nosotros justificamos por “desconocimiento” o mirando hacia otro lado.
Quizás sea el momento de dejar de apartar la mirada, quizás deberíamos empezar a ser consecuentes con nuestros actos. Probablemente ha llegado el momento de dejar de tratar en propiedad al planeta y empezar a respetarlo llevando la máxima de “vive y deja vivir” hasta sus últimas consecuencias.
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