Corría el verano de 2001 cuando Eugeni Quitllet llamó a la puerta de Philippe Starck en Formentera. Tenía 29 años de edad, un diploma en Diseño y Arte y dibujos futuristas de metrópolis gigantes y aviones y coches difíciles de realizar. El gran genio francés le acogió en su estudio, y cinco años más tarde era ya su ‘hombre fuerte’ en mobiliario o gafas. Hoy la historia es diferente: el creador catalán es un actor principal del mundo del design. Su repercusión en los medios internacionales le ha colocado en el mapa de ese gran puñado de intocables que algunos nombran casi de carrerilla. Con una gran salvedad: sus sillas, jarrones, lámparas o cubiertos se alejan cuanto pueden de la dictadura de una firma-logo. Dibujo, escultura y arqueología contemporánea al servicio del gesto.
Estos últimos años hemos puesto el diseño en un pedestal. ¿Se encuentra actualmente en un momento de fatiga?
No lo creo. La decepción no la trae el diseño, la trae el mundo global. Nos faltan ideales, ilusión; no sabemos ni qué estamos construyendo. Quizás el diseño que hemos puesto en un pedestal no lo hemos analizado tan a fondo como deberíamos. El que merece especial atención es un diseño minoritario, el que resulta de una batalla diaria por alcanzar el nivel superior. Ese diseño hay que seguir defendiéndolo y acercándolo a todo el mundo.
¿Siguen los factores democrático y funcional en la ecuación del buen diseño?
Por supuesto que sí. Pero eso no basta. Necesitamos un diseño que hable de hoy. Hemos llegado a un conocimiento superior sobre cómo diseñar una silla o una lámpara, y la comodidad y la luz ya no bastan. Hay que atraer planteamientos nuevos, aclarar qué puede aportar esa silla como reflexión del mundo actual cotidiano, y jugar con ello a través de emociones más fuertes.
¿Por qué esa declinación masiva de sillas y lámparas?
Sillas hay muchas pero buenas muy pocas. Hacer una silla es uno de los ejercicios más complejos que hay. Es casi como hacer un edificio. Cuanto más conoces las sillas más conoces sus límites y más quieres superarlos. La silla es un objeto condicionado por una serie de límites geométricos. Para llegar a un nivel respetable ha de estar inscrita en esa dimensión, y esa dimensión es muy justa, adaptada al cuerpo humano para ser funcional. El margen de expresión es mínimo, por lo que reinventar la silla es siempre una hazaña. Cuanto más difícil es el reto del diseño más emoción me produce y más ganas tengo de doblegarlo.
¿Cuáles son para usted las mejores sillas de la historia?
Yo diría que las de los Eames, Jacobsen y Saarinen, modelos de los años 50-60 que han quedado como iconos y siguen estando de actualidad. Precisamente por esa razón yo me planteé en su momento qué razones las hacían tan únicas. Cogí las siluetas de tres de ellas, las estudié por separado en el ordenador y vi que tenían curvas muy similares, hacían una parábola muy sensual, muy cerca del cuerpo humano. Al girarlas en el ordenador y juntarlas en 3D se fundieron de golpe como un eclipse. De allí nació mi silla Masters de Kartell.
¿Lo considera su diseño más logrado?
No sólo mío, lo considero uno de los diseños más logrados por todos gracias a su dimensión de profundidad, de historia, de reflexión, de efecto práctico... Es, además, una silla ‘barata’, apilable, industrial... y un best seller.
¿Es el destino de todo buen diseño convertirse en best seller?
La condición de best seller no viene sólo por su vertiente económica. Para mí significa que has acertado con la fórmula, que has conseguido una armonía total entre la pieza y el precio, y lo más importante, que has compartido esa visión con la gente.
¿Cómo empezó usted en el diseño?
Era simplemente un juego infantil de ir dibujando, de construir mis juguetes, de modificarlos. Mi padre era pintor y publicista, mi madre hacía esculturas y estaba en el mundo del arte. En aquel momento en Ibiza había una utopía generalizada de crear una sociedad más abierta y visionaria. Estudié diseño de interiores, pero desde el principio me dediqué más a crear productos que espacios. Siempre me ha interesado el objeto.
¿Qué aprendió usted de Philippe Starck?
Principalmente aprendí a darle una dimensión real a todas mis ideas utópicas, ponerlas en práctica y exigirme un nivel superior. Me dio los instrumentos para realizar muchos de los proyectos que imaginaba de niño. Cuando le conocí yo tenía ideas muy avanzadas, de futuro, de arquitecturas de grandes ciudades, de aviones, de coches, y él era el diseñador que en aquel momento abría más caminos nuevos. Como somos vecinos, él de Formentera y yo de Ibiza, fui a verle, y ese fue el principio de 10 años de colaboración y amistad. No me sentía como un empleado. Estaba inventando cosas nuevas, no era un simple trabajador, era un soñador como él.
¿Diseña usted a la primera persona del singular?
Al principio estoy solo con la imagen; un instante después me centro en todo el mundo. Siempre trato de que las ideas no sean sólo para mí, busco el reflejo del objeto en la sociedad. Lo que me interesa es el uso que puede darle la gente. Eso es lo más bonito.
¿Cuánto tarda en dar forma a lo que quiere expresar?
Dar forma es muy fácil. Cuando sabes lo que quieres expresar la forma viene rápido. El volumen es distinto. El proceso técnico final para poder fabricarlo es de un año o un año y medio por objeto.
¿Cómo cambiará el diseño mundial la impresora 3D?
La impresora 3D puede aportar soluciones industriales y nos puede ayudar a inventar nuevas formas que no necesitan molde. En cuanto a si popularizará más el diseño o no, no por tener una impresora 3D en casa todo el mundo va a ser diseñador. Es como la fotografía digital: los buenos fotógrafos siguen siendo 4, pero todo el mundo puede hacer fotos e imprimirlas en casa. Yo creo que abrirá pistas muy interesantes. Me imagino por ejemplo a niños de una escuela haciendo manualidades, escaneándolas y produciendo sus objetos en serie.
En un universo de diseñadores marca (Karim Rashid, Ron Arad...) parece usted invisible detrás de sus objetos. ¿Por qué?
No me gusta limitarme a un sólo estilo. La mía es una forma de pensar más que de dibujar, y hoy las marcas buscan que seas capaz de encontrar el valor de cada empresa, su ADN, en vez de declinar simplemente el tuyo. Muchas empresas han dejado de llamar a diseñadores marca porque su estilo ha terminado viéndose más que el de la empresa. Yo trato de ser fiel al editor añadiendo mi punto de vista, que siempre es muy futurista y avanzado.
¿Existe hoy un academicismo del diseño?
Hay dos instrumentos que influyen: la prensa y la industria. La industria tiene procesos de fabricación. La prensa impone una serie de tendencias. Si deseas estar presente en ella piensas: “esto es lo que se publica, voy a hacer algo así”, y sigues la tendencia únicamente para existir. A mí eso no me interesa en absoluto. El objeto no existe para aparecer en la prensa, existe para ser utilizado.
¿Qué nos sucede en España con nuestros diseñadores? Aparte de Patricia Urquiola y Jaime Hayón, nadie más parece existir...
En España nos falta reconocer el valor del talento. No solamente en diseño, en todas las artes. Yo cada vez estoy más presente en la prensa internacional, pero en España no me conoce nadie, y cuando he salido en algún sitio la gente se ha pensado que era francés.
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Texto por: Guillermo Reparaz. Fotografía: Cortesía de Eugeni Quitllet.