Echamos de menos los largos veranos, los días sin responsabilidades, los recreos que siempre acababan demasiado pronto y las mañanas de sábado viendo sin descanso los dibujos animados. Son muchas las razones por las que, a veces, no nos importaría darnos un viaje en el tiempo y retroceder a ese rincón perfecto de nuestra infancia. Pero, sin duda, una de los motivos por los que más extrañamos aquellos maravillosos años es por todas aquellas chuches de nuestra más tierna infancia.
Todos ellos eran los eternos acompañantes de nuestras caries pero también, sin duda, de algunos de los momentos más felices de nuestra vida. Y es que, ¿quién no se refrescó en una tarde de playa o piscina con un flash? Si tú no lo hiciste, seguramente sería porque estabas concentrada comiéndote un Mikolápiz o un Mikobruja por menos de 100 pesetas. Quienes no eran muy amigos de los helados, tenían otras opciones como los caramelos pez, una chuche retro a la altura de cualquier objeto de coleccionista.
Las más coquetas ya apuntábamos maneras con nuestras pulseras de pastillas de caramelo, mientras que las arriesgadas se atrevían con un fresquito, los polvos pica pica o un kilométrico chicle con sabor a fresa. Había también chuches vintage para los clásicos: el famosos palo de regaliz. Para las adictas al chocolate, que ya lo éramos desde su más tierna juventud, nada como las monedas de chocolate, el huevo Kinder sorpresa o aquellas meriendas de pan y chocolate. También habían algunos de estos caprichos que nos invitaban a soñar con ser adultos como los cigarrillos de chocolate o las cantimploras Zumrok, en las que nos dejábamos las uñas y parte de nuestra suerte.
Y con más o menos fortuna, llegó el momento de decir adiós a muchos de estos acompañantes incondicionales de nuestra infancia. Aunque es cierto que algunos de ellos siguen existiendo y no estamos dispuestas a decirles adiós por el momento. Por eso, te confesamos que, de vez en cuando, nos permitimos viajar en el tiempo, ¿y tú?
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