A casi todos nos suele gustar consumir, de vez en cuando, toda clase de comida rápida. Hay quién prefiere hamburguesas o se decanta por las pizzas, quién ama los menús a base de pollo frito o quién se deleita con los tacos mexicanos pero, en definitiva, casi todos solemos caer en la tentación -de forma puntual- y nos “permitimos” el consumo de comidas que, aunque apetitosas, nunca suelen ser demasiado saludables.
Nos encantan las comidas sabrosas, a poder ser con mucha salsa y aromas y, aunque todos tenemos en mente la imagen de nuestra hamburguesa o pizza ideal, la mayoría de las veces esas expectativas no se terminan correspondiendo con la realidad.
La publicidad juega un factor clave en el negocio de estas grandes empresas, cumpliendo a la perfección su función y dibujando en nuestro cerebro las características perfectas –pero irreales- necesarias para conseguir la receta perfecta.
Para ello, las agencias de publicidad y los estudios de grabación se valen muchas veces de trucos, no del todo lícitos, para conseguir que sus productos ofrezcan esa imagen perfecta que ha de quedarse en la retina del consumidor.
Es, por decirlo de una forma sencilla, el Photoshop de los alimentos que, además de pasar por el conocido programa de retoque fotográfico, se someten a un proceso de “chapa y pintura” antes del rodaje. De esta forma podemos ver exquisitos filetes de carne realizados y pintados sobre cera, saludables vegetales con tintes -no aptos para el consumo humano- que potencian su color, e infinidad de trucos que consiguen engañarnos para acudir a sus locales con cada nuevo lanzamiento.
El problema llega cuando abrimos el envoltorio. La suculenta hamburguesa que se presenta ante nosotros tiene poco o nada que ver con la que visualizábamos en nuestros sueños más suculentos. La lechuga verde y vigorosa se transforma en una capa ínfima, de color blanquecino y sin ningún atisbo de tersura. Lo mismo ocurre con la carne, con aspecto mucho menos apetecible que en los anuncios comerciales. El queso, grasiento, casi desintegrado tampoco conserva ningún parecido con el que vemos en las imágenes. Y qué decir del pollo empanado o los nuggets. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia ya que, en la mayoría de las ocasiones, ni si quiera el envase es el mismo.
Sea como fuere, nos resignamos y, ya con el estómago lleno, decidimos que no volveremos. Por desgracia, las intenciones se quedan solo en eso, hasta el próximo lanzamiento o hasta la siguiente noche en la que no tengamos ganas de cocinar.
Esta galería es un ejemplo de cómo son los productos que nos vende la publicidad y cómo son, realmente, cuando los compramos. Realidad frente a ficción. Cada cual que saque sus conclusiones.
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