Claudia no ha nacido de mi vientre, pero sí de lo más profundo de mi alma. Es aceptada y querida como es. Con su cromosoma de más, ese que dicen (y que digo) que es el cromosoma de la felicidad y del amor. Por eso, tal vez la pregunta debería ser: "¿Y por qué no?". ¿Por qué no adoptar a una niña con síndrome de Down? Ella necesitaba a una familia y nosotros nos sentíamos con fuerzas para criar a un hijo con discapacidad.
Y un día llegó Claudia y la cuidamos en el hospital, porque había nacido con muchos problemas, hasta que pudieron darle el alta. Y cuando por fin nos fuimos a casa, fue una fiesta. Había que empezar de nuevo con pañales y pasar noches en vela después de 10 años. ¡Una amorosa revolución!
Desde antes de nacer, Claudia ha luchado contra muchos elementos. Como el resto de bebés con síndrome de Down acude a clases de estimulación, fisioterapia... Y va avanzando con pequeños, pero importantes, logros que celebramos intensamente sus hermanos y nosotros. Para ellos, Claudia es una maravillosa escuela de vida. No sé qué futuro le espera a ninguno de mis tres hijos, pero deseo lo mismo para cada uno de ellos: que sean independientes, que hagan el bien a los demás y que se sientan bien consigo mismos.
Al igual que otras personas con síndrome de Down, Claudia nos enseña cada día muchas cosas: a querer incondicionalmente, a ver más allá de la apariencia, a valorar lo realmente importante... Dicen que para que un niño salga adelante necesita que al menos un adulto esté "loco" por él. Claudia ya los tiene.
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