Los seres humanos tenemos la sana costumbre de dormir todos los días, al menos una tercera parte de nuestro tiempo. Es, además, una necesidad vital como la de respirar, beber o alimentarse. Es un hecho: sin sueño no hay vida.
Los problemas llegan cuando esa necesidad se convierte en responsable de nuestro comportamiento y se adueña de nuestro juicio y hasta de nuestro cuerpo.
Como en los anuncios de colchones, cuando Morfeo llama a nuestra puerta, irremediablemente nos vemos avocados a experimentar un profundo y placentero sueño.
En los adultos, mantener la compostura y la “dignidad” es bastante más sencillo que cuando somos pequeños gracias al uso de estimulantes como el café o el té. En los niños, en cambio, la situación es diferente: tomar ese tipo de sustancias queda desaconsejado hasta que no se alcanza una determinada edad y, por ello, éstos quedan a merced de los caprichos de su propia energía física.
Estas fotografías son una pequeña muestra de los momentos exactos en los que los cuerpos de estos pequeños entonaron eso de “¡ya no puedo más!”.
Se dieron por vencidos bajo la mirada cómplice de sus padres que, antes de entenderlos y acostarlos, decidieron retratarlos para mostrar al mundo algunas de las posiciones más raras, divertidas, incómodas e incomprensibles en las que puede caer dormido el ser humano.
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