En el Esquilino, una de las siete colinas de Roma, se esconde el secreto mejor guardado de la capital italiana: un huerto suntuoso en el antiguo emplazamiento de un mítico anfiteatro del año 222. Aquí, además del tañido de las campanas vaticanas y los zarpazos de los monjes arando la tierra, un mensaje se eleva por encima del resto: “cultiva tu jardín”. Esta metáfora floral de la obra Voltairiana (Candide, 1759) bien podría hallarse inscrita en sus murallas, sus tallos neonatos e incluso sus gruesos tomates. Y quizá lo esté, aunque de forma invisible para la mayoría. Pero no se preocupen, en el denominado Orto dei Simplici (huerto de los simples) basta con sentir el alimento en sus múltiples versiones, activar los sentidos y empezar a aprender esta lección del Siglo de las Luces. Visita deliciosa a un paraíso terrenal de la mano del fotógrafo Mario Guerra.
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A lo lejos, tras las murallas, se escucha el ronroneo de la ciudad eterna. Pero en el Orto dei Simplici la tranquilidad que se respira es de otro mundo. Aunque no nos hayamos movido de la Roma monumental -la de las postales y el cine- , este rincón desconocido para la mayoría es ajeno al paso del tiempo, las miradas, los GPS... Si pudiéramos elevarnos con algo de perspectiva, apreciaríamos su arquitectura vegetal en forma de cruz de Jerusalén, y también sus valiosas ruinas, único vestigio de los circos romanos junto al Coliseo.
Magníficamente restaurado por el arquitecto italiano Paolo Pejrone, el huerto de la Basílica de Santa Croce in Gerusalemme siempre ha estado aquí. En el siglo IV.dc fue residencia de Elena (madre del emperador Constantino, el mismo que tras su conversión hizo del cristianismo la religión oficial del imperio) y lugar de culto consagrado en 325. Desde la mitad del siglo XVI, la basílica y su jardín siguieron la regla que promovía el trabajo manual en perfecta comunión con la naturaleza para acercarse al creador. Hoy, además del dibujo de la cruz, puede apreciarse en su centro una fuente que recuerda al sacramento del bautismo. La propia iglesia en sí tiene un valor indudable, con capillas renacentistas y barrocas y grandes obras en su interior: mosaicos, frescos de Melozzo da Forli, pinturas de Rubens o Corrado Giaquinto, esculturas barrocas... y un suelo espectacular. Muy cerca del edificio se despliegan las parcelas de legumbres a modo de filas de un teatro antiguo y encuadradas de flores (rosas, agapantos azules y violetas, muguetes, junquillos, calias e iris). Cultivado con amor por tres monjes y un jardinero externo, este jardín de una hectárea 100% ecológico mezcla olivos, vergel de cítricos, actinidias ricas en kiwis y toda clase de legumbres y hierbas aromáticas. Suficiente para alimentar al monasterio, encantar al papa y vender los excedentes en su minúscula tienda: mermeladas, dulces (todo elaborado con los frutos del huerto)...
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